Este terremoto me hizo recordar al terremoto de la Ligua, otro grande que nos dejó sin casa en marzo de 1965 en Santiago. Es curioso porque el tercer gran terremoto en 1985 igual fue en marzo y el de ahora fue casi en marzo: definitivamente esta es la temporada de terremotos. Entonces vivíamos en la calle Juarez, cerca de Recoleta, en una antiquísima casa de adobe que apenas empezó a temblar se comenzó a derrumbar el techo mientras salíamos arrancando, nos salvamos por poco.
El movimiento fue violentísimo recuerdo que los autos rebotaban sobre la calle de adoquines, las viejas gritaban que se estaba acabando el mundo y pedían perdón. Al lado de nuestra casa había un "cité" esos pasillos con varias piezas minúsculas y un patio central donde vivían varias familias, igual que la vecindad del Chavo. El cité era como un país aparte lleno de historias, allí vivía un galán que le decíamos "Charles Atlas" porque era muy bien parecido y corpulento.
La cosa es que Charles Atlas se estaba duchando cuando empezó a temblar y tuvo que salir a la calle a pot-pelé, tal como Dios lo trajo al mundo ¡era flaco como un fideo y bajito! usaba traje con grandes hombreras y zapatos elevadores que estuvieron de moda por algún tiempo ¡como nos reimos! con eso se nos pasó el susto y tuvimos material para hacer bromas por el resto del año. Igual le saco provecho a la salida en cueros, porque después se convirtió en amante de dos de sus vecinas, una que era señora de un carnicero y otra rubia, casada con un minero que ni paraba en la casa, Charles le hacía el reemplazo con gran eficiencia.
Esa noche y las siguientes dormimos en la casa derrumbada con un ojo abierto y el otro cerrado, cada vez que había una réplica volvíamos a arrancar. Finalmente declararon esas casas inhabitables y nos mandaron a vivir en unas chacras que quedaban detrás de la Población Nogales, que después se convertiría en la Población Santiago ¡que años más felices! Creo que de ese tiempo le tomé el gusto a la vida aventurera. Todo por culpa de un terremoto.
Que recuerdos más buenos, tiempos felices que no volverán. Enfrente de la casa de Juarez estaban las caballerizas de la funeraria Forlivesi, que era la única, o al menos la más importante de Santiago y en esos días post terremoto tuvieron gran movimiento. Los muchachos de ahora ni se imaginan como era morirse en los años sesenta, no existían autos sino carrozas de 2, 4 o 6 caballos según la categoría del finado, los funerales eran tremendamente pomposos y cuando el muerto tenía plata la carroza llevaba 6 caballos y otra carroza atrás llena de coronas.
En el servicio de lujo, además del cochero iban dos tipos parados en la parte de atrás de la carroza, como escoltas, todos vestidos de negro riguroso, con frac, corbata de lazo, sombrero de copa con una cinta negra cayendo por la parte de atrás. También existían dos clases de luto: el luto completo lo llevaban los parientes más cercanos y los amigos más queridos, era entero de negro excepto la camisa: zapatos, calcetines, pantalón, chaqueta, corbata, abrigo y sombrero todo negro y se llevaba durante un año. Pero también existía el medio luto que duraba seis meses y consistía en colocarse una banda negra en la manga derecha de la chaqueta. En la época que yo recuerdo ya casi todos usaban el medio luto.
Que curiosos eran esos funerales ¿como irá a ser el mío? tengo un amigo, antiguo compañero de Inacap, que siempre fue extravagante, flaco y narigón se dejaba crecer el pelo liso igual que Rasputín también se dejaba crecer las uñas muy largas, fue un adelantado de los punk. La cosa es que mi amigo Sergio cambió la electrónica por los ataúdes, que comenzó a fabricar hace muchos años y luego instaló su propia empresa funeraria.
Con el tiempo mi compañero se obsesionó con el negocio, una vez me lo encontré pasados muchos años y me invitó a su funeraria, me contaba que a veces en las tardes, cuando el negocio se ponía flojo, cerraba y se colocaba a dormir siesta en algún ataúd, así comprobaba personalmente -me decía- lo confortable que le quedaban. En verdad que cuando hablaba del asunto se entusiasmaba, le brillaban los ojos y no había como pararlo.
Sergio se veía a si mismo como un visionario y un innovador de los funerales, había comprado para sus empleados, que trasladaban el ataúd y todo eso, unos ternos gris perla y todos usaban anteojos oscuros espejados, se aseguraba de contratar a todos del mismo porte y quería que se vieran como guardias de seguridad, les enseñaba a poner cara impasible y las manos "en posición alerta" cruzadas al frente típica postura de los guardaespaldas. Me aseguraba que eso le encantaba a los deudos, sus clientes.
Cuando hablaba de sus ideas para el futuro no había como pararlo y soñaba con mandar a hacer un auto fúnebre abierto, donde el ataúd se levantaría con unos cilindros hidráulicos para que todos lo vieran, franqueado por los dos guardaespaldas y el chofer, yo creo que estaba medio rayado y el mismo me preguntaba a veces si no se le estaba pasando la mano, pero igual le dije que cuando me muriera me encantaría que el se encargara del funeral y aplicara todos sus ideas, aunque dudaba que dejara lo suficiente para costear ese servicio. No había problema, me dijo, me haría un buen precio porque para eso están los amigos, además le serviría como publicidad.
¿Que habrá sido del Sergio, mi compadre? Hace muchos años que no lo veo, en una de esas me muero antes que el y le doy el gusto de caer en sus manos, total, no creo que a mi me importe mucho. En fin, puros recuerdos de viejo gagá, empecé con el terremoto y terminé con los funerales, hoy ando de ánimo festivo parece. Hasta mañana.